2 CRÓNICAS 20
“No se puede vivir piadosa y justamente sin depender totalmente de Dios.” –John Calvin
¿Alguna vez ha estado por la orilla de un lago o del océano y descubre que un pez ha sido sacado de su ambiente natural? Es un cuadro triste de verdad. Se encuentra muy lejos del borde del agua para lanzarse en el mar, y la pobre criatura se ve forzada a saltar y girar sobre la orilla y con pánico busca alcanzar las aguas salvadoras. En semejante situación, el pez está, sin lugar a dudas, completamente impotente.
Como el pez es incapaz de salvarse a sí mismo, su única esperanza es que alguien pase y note su plegaria y le ayude a volver al agua. Aunque el que le rescata no se percate de su utilidad, este es un acto sumamente importante para un pez indefenso. Se encuentra muy cerca de la muerte; pero sin esfuerzo propio, regresan al pez a la seguridad de las aguas.
Muchas veces nosotros, al igual que el pez, nos encontramos tirados en la orilla, incapaces de movernos. Crisis familiares, problemas de trabajo, y relaciones rotas, amenazan con destruir nuestras vidas.
Mientras permanecemos en nuestra espalda, en búsqueda de aire, Dios nos mira como aquel pez que lucha por encontrarse dentro del agua. Cuando se nos ha quitado todo y somos incapaces de salvarnos a nosotros mismos, podemos tomar fuerza en Aquél que escucha nuestra plegaria. Sus manos son lo suficientemente grandes para levantarnos y llevarnos a un lugar seguro.
Sin ninguna duda tu mejor opción está en la plegaria, incapaces de encontrar la solución por nosotros mismos somos arrastrados por las circunstancias a gemir y clamar, hasta tener acciones que hagan que llame la atención a los demás. Dios está listo siempre a socorrerte, aprende cotidianamente a esperar en ÉL!!!
Recuerde: Primero lo primero. Primero Dios.
Cuando nos sentimos impotentes
2 CRÓNICAS 20
“No temáis ni os amedrentéis delante de esa multitud tan grande…” – 2 Crónicas 20:15
Carlitos era un pequeño e indomable niño. No era particularmente atlético, por lo que siempre encontraba una forma de salir lastimado. Para Carlitos, el simple juego de tirarse al piso o mecerse en un columpio, generalmente, le llevaba a la sala de emergencia del hospital del pueblo.
La primera lesión fue muy grave. A los cuatro años de edad, Carlitos se dio cuenta que, en verdad, no era ningún “superhéroe”. Su primera travesura de querer saltar desde lo alto de un edificio imaginario terminó trágicamente, al caer desde una cómoda madera al piso y quedar con ambos brazos rotos enyesados desde los hombros.
Fue durante este tiempo que Carlitos aprendió la dura realidad de la impotencia. Dos pesados moldes de yeso (antes de fibra de vidrio) hicieron que sus 48 libras se convirtieran en inservibles, y que no pudiera utilizar su cuerpo. No era capaz de alimentarse, sentarse en una silla, darse vuelta en la cama o hacer cualquier cosa por sí mismo. Sin una ayuda constante, motivación y el amor de su madre, Carlitos hubiera estado en serios problemas.
¿Qué tan frecuente, nosotros al igual que Carlitos, nos encontramos en situaciones que nos dejan completamente impotentes? No hemos sido creados para sobrevivir independientemente de nuestro Creador. Más bien, Dios nos creó para que permanezcamos en una relación con Él. En Cristo nunca tendremos que enfrentar la soledad.